miércoles, 4 de octubre de 2017

NUEVAMENTE SOBRE LA DEMOCRACIA. ESTA VEZ, SOBRE LAS CONDICIONES DE LA DELIBERACIÓN

            En el post anterior, hice un pequeño resumen de las que se consideran precondiciones de la democracia, que implican una autolimitación de la comunidad política soberana. Pero aún hay más. Porque frente a lo que mucha gente cree, la democracia es compleja y muy exigente. No basta con votar; es más, votar es a veces, muy poco. Recuérdese que con Franco se votaba, como se vota hoy en Cuba, y ello nada significa en regímenes totalitarios.
            Hoy nos vamos a fijar en otro aspecto de la democracia, seguramente el que ha merecido mayor atención en nuestros días. Es su aspecto deliberativo. El acto de votar nada implica por sí mismo, si no va precedido de un acto colectivo de discusión y reflexión. Fíjense hasta qué punto este aspecto es importante, que algunos autores afirman incluso, que la verdad moral se encuentra a través de la deliberación política (Habermas), o bien que cuando menos, esa discusión colectiva es el método más seguro y plausible para alcanzarla (Nino). Es lo que llamamos la cualidad epistemológica de la democracia. Pero no se preocupen, no voy a meterme en estas honduras.  Lo que ahora nos interesa es otra cosa.
            Si la democracia tiene alguna preeminencia sobre cualquier otro sistema de organización política, es porque considera a los individuos sujetos soberanos, portadores de igual dignidad que el resto. Y porque en su vertiente deliberativa, exige como presupuesto de la discusión pública ciertas condiciones de posibilidad. Para que la deliberación pueda tenerse por tal, los individuos deben reconocerse mutua capacidad y dignidad, y discutir de manera racional, esto es, con un conocimiento suficiente de los hechos, formulando proposiciones lingüísticas inteligibles, que se correspondan con la realidad, y que no induzcan a error o confusión en su formulación. No olviden que una discusión del tipo indicado, debe realizarse, como explicamos en el anterior post, en un ámbito de reconocimiento de derechos y libertades, incluida la libertad de información.
            Ahora comparen esto que acabo de describir de manera tan resumida, con la actual situación en Cataluña. Se desconocen los condicionantes legales y constitucionales. Se niega la condición de interlocutor válido a quién no asume al pensamiento pretendidamente mayoritario, que es el que dispensa pedigrí de catalanidad. Se ha generado una apariencia paralela, en la que se ha mentido de manera sistemática sobre datos esenciales para que cualquier ciudadano responsable forme opinión; desde la historia, hasta las balanzas fiscales,  pasando por la regulación internacional en ciertas materias, o la posición de la UE sobre otras, contribuyendo con ello a generar animadversión a todo lo español. Algunos medios de comunicación y grupos organizados en las redes sociales, han contribuido a extender de manera programada aquellas mentiras. En fin, se ha intentado sustituir la razón por la mera expresión del número de manifestantes o de banderas, y aún en los últimos días, hemos asistido a una escalada de coacciones y acosos que nos han dejado helados.
            Debo reconocer que se me han saltado las lágrimas con algunas escenas, en las que no era reconocible otra cosa, además de las caras desfiguradas, que el odio. Yo que tantas veces he recitado el elogio a Barcelona de Cervantes, recordaba mis paseos por la ciudad cuando vivía allí, buscando libros de mi amado Martí i Pol, o paseando por el barrio gótico, de Santa María del Pi a la del Mar, y se me caía el alma a los pies, viendo cómo intentan batasunizar Cataluña, traicionando su esencia más íntima.
            En tales condiciones nadie sensato podría sostener que existe una base sólida o suficiente de diálogo deliberativo y democrático. Hay que parar, templar, volver a pensar, y asumir algo que puede resultar duro: que en Cataluña algunos deberán reconocer, antes o después, que se han equivocado. Quedará entonces por seguir, con honestidad, la pista de quiénes han provocado tan enorme error, reconocer sus motivos y objetivos, que en muchos casos no han sido transparentes ni sinceros, y exigirles responder por la grave responsabilidad que han contraído con la ciudadanía.

            No me cabe duda de que en Cataluña hay una inmensa cantidad de gente sensata que tiene que estar tan atónita e indignada como lo estamos el resto. Es más, estoy convencida de que mucha de esa gente ha confiado en las propuestas independentistas, e incluso han participado, porque creían que era lo mejor, en el simulacro de referéndum. A todos ellos brindamos nuestro apoyo incondicional el conjunto de los españoles, y en todos ellos confiamos para recomponer la sociedad catalana, frente así misma y frente al resto del mundo. No tarden mucho más por favor.