martes, 24 de enero de 2012

QUÉ HA ENTRADO EN CRISIS (II)

                        La segunda cosa que ha entrado en crisis es la Unión Europea. Desde su mismo nacimiento la UE se orientó de manera decidida al desarrollo de una política común económica y monetaria, que siendo siempre prioritaria, alcanzó velocidad de crucero a partir del año 1999 con la creación del Banco Central Europeo, la unificación de tipos de cambio y la introducción de una moneda única, si bien como simple valor de referencia hasta el año 2002. El problema en este punto ha sido que los criterios de convergencia se han tomado un tanto a la ligera, en su cumplimiento y en su control. Se han permitido desviaciones, cuando no ocultaciones, y las grandes orientaciones de política económica (las GOPEs) se han seguido con criterios más que amplios.
                        Nada de esto importaba en los días de leche y miel. El dinero fluía, y los fondos estructurales y de cohesión dispensaban de manera generosa recursos que se aprovechaban de forma muy irregular según los países destinatarios, pero que en todo caso generaban un activo circulante que de manera directa, o por liberación de otros recursos en cada estado miembro, producían una sensación de disponibilidad superior a la real. Todo estaba bien, porque era claro que con el incremento de la riqueza de los países destinatarios, se aumentaba también la de los proveedores, que eran a su vez y en gran medida, los dispensadores de los bienes y servicios reclamados. Puro intercambio comercial. Y en esta situación todos se regocijaban y aplaudían, incluida Alemania, que hacía frente a la descomunal tarea de la unificación.
                        Pero las grandes construcciones edificadas sobre cimientos débiles suelen dar problemas, y este caso no iba a ser menos. La cuestión es que en las progresivas ampliaciones se ha operado como si todos los estados miembros fueran homogéneos no tanto en riqueza, que evidentemente no lo eran, sino en culturas jurídicas y políticas y en sentido de la responsabilidad. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que mientras ciertos estados miembros hacían correctamente los deberes, otros se embarcaban en un carnaval de inversiones injustificables, creaban infraestructuras materiales y administrativas insostenibles, llegaban incluso a desviar los fondos y falseaban las cuentas y en definitiva, en mayor o menor medida, originaban una desconexión suicida entre el aparato del estado y la capacidad productiva real que lo sustentaba.
                        Esto ya estaba aludido en la anterior entrega. Lo esencial ahora es que parte de los estados miembros exigen soluciones solidarias que tienen un inconveniente infranqueable: diluyen las responsabilidades nacionales actuales. Esto es algo que los países saneados y particularmente Alemania, no van a admitir. Y harán bien. Resulta que una vez que se han puesto a la vista las vísceras de los estados miembros, los más endeudados y desequilibrados piden que sus problemas se solventen mediante la compra masiva de deuda pública por el Banco Central Europeo, o por la creación de bonos europeos que consumirían o absorberían la deuda existente y unificarían los tipos; esto es, mediante la entrada del dinero y el crédito de los que lo tienen, sin garantía alguna de que los causantes del desastre saneen sus cuentas, solventes sus responsabilidades o enmienden su situación ad futurum.
                        Creo yo que estamos viviendo en la UE un autentico golpe de estado institucional y político. Y va a ser consumado. Los contribuyentes natos, y particularmente Alemania, no van a permitir que sus ciudadanos se vean obligados a costear indefinidamente las deudas ajenas, y mucho menos sus despilfarros. Como a ellos también les conviene sanear el ambiente y estabilizar el sistema para vender sus productos y servicios y no verse arrastrados por situaciones catastróficas, idearán soluciones que impliquen poner dinero. Pero exigirán control estricto. No autocontrol de los estados miembros, sino control de Alemania por medio de las instituciones europeas más ejecutivas. Vayan olvidándose de la progresiva atribución de competencias al parlamento europeo. Mandará la Comisión con restricciones, y sobre todo el Consejo, y si es necesario, modificarán los tratados constitutivos.
                        El que perciba deberá acreditar unas prácticas impecables y adecuar su estructura a sus posibilidades. Por supuesto nadie puede ser obligado a tales métodos, que exigirán con seguridad y sobre todo al principio, enormes sacrificios y estricta rendición de cuentas. Quién no quiera o no pueda seguir tal dinámica, se quedará fuera, y como la baja de la Unión Europea no parece posible, se creará la famosa “UE a dos velocidades”.
                        Estoy convencida que los auténticos líderes de la UE, esto es, los que pagan, han tomado ya una determinación innegociable: no volver a consentir jamás divergencias económicas tan dramáticas entre los estados miembros, exigir responsabilidades estrictas, y dejar fuera a los disidentes. Observo como ciertas personas piden “más Europa”; puede que sea buena idea, y yo misma estaría de acuerdo, pero conviene que no perdamos de vista lo que esto significa en el momento actual: no solo respaldo, sino correlativa pérdida de soberanía, y no por cierto para cederla a organismos de representación democrática, sino a órganos ejecutivos y fiscalizadores. Quien crea que si nos acogemos a tales mecanismos, (cosa que está por ver porque quizá no tengamos la oportunidad, al menos inmediata), seguiremos manteniendo una sustancial libertad para diseñar nuestra política económica, está muy equivocado.
                        Este será con seguridad un de los mayores retos de los años venideros: conciliar el control de los tecnócratas europeos con la voluntad democrática de los países miembros, y en menor medida, de la propia Unión Europea.